Llamamos “sello” a figuras o letras estampadas sobre un documento, generalmente debajo de las firmas y para darles autenticidad; y también se conoce como “sello” al instrumento que se usa para estampar. Han existido sellos desde tiempos muy antiguos y hoy, como sabemos, están confeccionados con goma.

Pero, en épocas de la colonia y de la Independencia, eran de metal y no se aplicaban directamente sobre el papel, sino sobre lacre derretido encima de aquel. Al solidificarse el lacre, la imagen quedaba fiel y nítidamente reproducida. Si no se contaba con lacre, siempre había el recurso de entintar el metal, pero el impreso resultaba bastante borroso.

Todo un símbolo

En el caso de los escritos de origen oficial, el sello lacrado constituía un símbolo no sólo de autenticidad del papel que lo llevaba: también poseía un efecto psicológico, porque era como si irradiara toda la autoridad y toda la fuerza del gobierno. Un Estado no podía carecer de un sello que atestiguase el carácter gubernamental del documento que emitía. Por esa razón fue que, en el Soberano Congreso de las Provincias Unidas que sesionaba en San Miguel de Tucumán en 1816, pronto se planteó la necesidad de contar con ese elemento.

En su excelente libro “La Casa de Moneda de Potosí durante las guerras de la Independencia” (2014), el historiador Arnaldo Cunietti Ferrando trae referencias inéditas sobre el tema. Las utilizamos con largueza en esta nota, junto con las referencias que proporcionan “El Redactor del Congreso Nacional” y las “Actas secretas” de la histórica asamblea.

Laprida pide

En la sesión del 12 de julio, tres días después de declarada la Independencia, el presidente de la corporación, doctor Francisco Narciso de Laprida, colocó el tema sobre el tapete. Según la crónica de “El Redactor”, Laprida propuso a los diputados que “se abriese el sello propio y peculiar del Soberano Congreso”.

Entonces, el diputado por Jujuy, doctor Teodoro Sánchez de Bustamante, “observó que convendría esperar a que se adoptara la forma de gobierno a que debían ser alusivas las armas y timbres que adornarían el sello”. La crónica agrega que “pareció fundado el reparo”.

Y esto dio pie al diputado por Catamarca, doctor Manuel Antonio Acevedo, para proponer que se empezara de inmediato a discutir la forma de gobierno que habría de adoptarse. La cual, en su opinión, debía ser “la monarquía temperada en la dinastía de los Incas y de sus legítimos sucesores”. Como se sabe, fue una delicada cuestión que ocupó varias sesiones de los congresales, por lo que no se volvió a mencionar el asunto del sello durante un mes y medio.

El Congreso ordena

Pero en la sesión secreta del 29 de agosto, el cuerpo trató el envío de comisionados ante el teniente general Carlos Federico Lecor, jefe del ejército de la Corte del Brasil que, como se sabe, invadía por entonces la Banda Oriental. Los diputados acordaron que se designarían dos enviados, uno de los cuales tendría carácter público, mientras el otro obraría como privado.

Sucedió que estos enviados debían presentarse a su destino llevando credenciales que autenticaran su condición. Entonces, dice el acta de la sesión secreta, quedó “resuelto a unanimidad”, que “se refrendará los diplomas de los enviados con el sello provisional, marcado con los signos de un río, algunas montañas y un sol naciente”. Se resolvió asimismo encargar que ese sello “se mandara lo más pronto posible (a) fabricar por el Talla existente en esta ciudad”.

Pedro Venavides

“Talla” se llamaba, en esa época, a los grabadores encargados de confeccionar los cuños para las monedas o medallas que acuñaba la Casa de Moneda de Potosí. El más importante era el “Talla mayor”; pero estaban también los “talladores de golpe”, encargados sólo de letras, números y adornos; los “maestros de gráfila”, que confeccionaban el cordoncillo de las monedas; y los “talladores a buril”, unos “verdaderos artistas” que retocaban los retratos a estamparse, además de dibujar y diagramar medallas.

Como lo decía el Congreso, en esos momentos estaba presente un “talla” en San Miguel de Tucumán. Se trataba de Pedro Venavides, el “jefe de talla” de la casa de Potosí. Tras las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, el Ejército del Norte se vio forzado a evacuar el Alto Perú. A esa retirada se unieron muchos operarios de la Casa de Moneda, ya que habían colaborado con los patriotas y temían la consecuente venganza de los realistas. Formaba parte de ese grupo el “jefe de talla” Venavides.

Idas y vueltas

Los exiliados traían, informa Cunietti Ferrando, “dos cajones con cuños, matrices y punzones”, que habían utilizado en la primera acuñación de moneda patria, cuando los patriotas se adueñaron de Potosí y su Casa de Moneda después de la victoria de Suipacha. El “talla” Venavides estuvo un tiempo en Tucumán. En 1814 se trasladó a Buenos Aires, ya que se proyectó por entonces (idea luego abandonada) instalar allí una acuñación de moneda.

Al año siguiente retornó a Potosí. Pero el nuevo contraste de los patriotas en Sipe Sipe (noviembre de 1815), lo determinó a volver a Tucumán. El jefe del Ejército del Norte, general Manuel Belgrano, lo puso a cargo de la Proveeduría de la fuerza, pero “se lo requería frecuentemente para realizar tasaciones de piezas de platería secuestradas a los realistas”, dice Cunietti Ferrando.

Autor del sello

Este historiador descubrió que el “talla” al que se refería el Congreso para encargarle la confección del sello, era justamente Venavides. Esto, por dos documentos que descubrió. En uno, del 19 de septiembre de 1816, el secretario del Congreso, doctor José Mariano Serrano, disponía que se entregarán a Venavides cuatro onzas de oro, del importe recaudado en el último empréstito, “por el trabajo del sello del Soberano Congreso”. El otro documento, del 29 de ese mes, es el recibo, firmado por Venavides, de la suma que se le pagaba como “importe del sello del Soberano Congreso”.

Así, a fines de septiembre de 1816, el Congreso pudo contar con un magnífico sello para lacre, de forma oval y confeccionado en plata. Tenía, describe Cunietti Ferrando, “la leyenda perimetral ‘Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata’; dos manos estrechadas en el campo que sostienen una rama de laurel a la derecha y otra de palma a la izquierda y encierran en su centro un pequeño sol radiante”. Debajo de las manos, “se incluyó un conjunto de montañas” como estaba dispuesto. Cabe recordar que, en julio de este año, el Ente Bicentenario Tucumán hizo acuñar, en cobre anodizado, un estampado del sello, de 35 mm. de diámetro, que permite apreciar perfectamente sus detalles.

Varios años

En cuanto a Venavides, permaneció en Tucumán con su familia durante más de una década. Según el historiador que seguimos, en 1820 el presidente de la “República de Tucumán”, coronel Bernabé Aráoz, le encargó confeccionar las monedas del efímero “Banco de Rescate y Amonedamiento”. Estas piezas se acuñaron en plata baja y se conocían como “moneda federal”. Dado que se las falsificó en abundancia, complicaron extremadamente las transacciones, y la emisión entera fue retirada en 1821.

Venavides regresó a Potosí y a la Casa de Moneda recién en 1825, después de la batalla de Ayacucho. Allí siguió trabajando y falleció el 11 de agosto de 1837, a los 65 años. Se conoce su rostro gracias a una miniatura de época, en poder de su descendiente porteño, el historiador Juan Isidro Quesada.